Esta es la historia de la anomalía.
La nave regresó a la Tierra, pero sus tripulantes no saben a cuándo lo hizo. El plano temporal se desligó del espacial una vez superada la frontera del hiperespacio. Recuerde que nada se sabía de esto por ese entonces. Lo cierto es que lo hizo a una época futura bastante alejada. Usted replicó ante mi afirmación de que la mente que la gobierna es lo más avanzado del siglo desde el que regresa. Yo le aclaré que nunca me he contradicho y que de hecho en efecto es una máquina, una mente artificial, y lo más avanzado de todos los futuros posibles. Pero, dejando de lado cada uno de sus preceptos personales y sus prejuicios, que no vienen al caso y nada aportan, sepa que esa mente artificial no humana es lo más avanzado del futuro, de la última civilización del hombre, y más aún, de la suma del conocimiento agregado de la totalidad de los hombres de aquí en adelante cuarenta veces.
Supo de esta historia desde el tiempo del que regresó. Allí la contaban en tiempo pasado, lo cual no la vuelve menos distante. Los hombres más sabios del mundo habían acumulado un gran conocimiento del cosmos. Y recién cuando los avances técnicos parecían propiciar un viaje sideral, urgidos por la cercanía en el tiempo de la anomalía, dieron el paso hacia adelante decididos a lograrlo. Sabían que el siguiente brazo galáctico, el de Orión, estaba habitado por varias civilizaciones milenarias que en apariencias coexistían. "La gran Liga", o "La serie A", se decía. Se hicieron varios intentos para establecer contacto desde la distancia, pero nunca se recibió respuesta. Amparados por esta indiferencia, y justificándose en ella, estaban preparados para hacer un viaje hasta allí.
Los hombres de ese tiempo eran extraños, aún más que nosotros y eso ya es algo. Eran largos y delgados, lampiños, calvos y con cabezas grandes y ovaladas. Sus naves tenían formas circulares, y eran piloteadas por tres individuos al mismo tiempo. Supongamos que eran algo así como la consecuencia de una gran civilización tecnológica humana, reacia al contacto personal, por completo dependientes de sus ciencias exactas. Viajaron hacia el centro de Orión, hacia el mismo lugar del que ha vuelo, la segunda vez, esta misma nave. Estos humanos eran telepáticos, y estaban enfocados en detectar las inteligencias del cosmos. Recuerde que le he dicho que eran los tres mejores sabios, los más capacitados, y que representaban a una raza que había llegado a la cúspide de su cadena evolutiva. Los telepáticos hacía mucho que detectaban la vida de la galaxia, pululando como un enmarañado bosque. Pero una vez superada la zona de influencia gravitacional de la gemela del sol, y amparados por el vacío de insondables eones, escucharon el increíble concierto de los cielos y se sintieron un insignificante grano de polvo. Se dirigieron hacia Orión mismo, ya que era el lugar donde más fuerte parecía concurrir la corriente de energía. Esta era la prisa que les provocaba la cercanía de la anomalía. Porque en pocos años volvería a repetirse, y para entonces otra vez sería demasiado tarde.
No te he hablado nada de la anomalía. Su primera manifestación apareció mucho tiempo antes de los telepáticos, con seguridad en la última década del siglo 21. Aunque apareció no es el mejor termino para explicarlo no encuentro otro más adecuado, tan sólo ocurrió; e incluso debería decir ocurrirá, pues desde nuestra perspectiva aún no ha acontecido. Cerca de un millón de hombres calvos del futuro surgieron de la nada al mismo tiempo. Nadie sabía por qué o cómo, ni siquiera los calvos. Aparecieron en las calles, en el campo, sentados en los bancos de las plazas. Se distribuyeron todo a lo largo del mundo. Alegaban un profundo desconocimiento amnésico, y se los veía como envueltos en un halo de melancolía. La mayoría de ellos tomó una actitud pacífica y relajada, al fin y al cabo los hombres del 2090 eran diez mil veces más numerosos. Casi todos pasaron desapercibidos, se fundieron con el paisaje. Después de todo, también eran humanos. Tuvieron descendencia, y con el tiempo su incierta herencia cultural se fundió con la amplia mayoría. Sólo ellos sabían que venían de cuatro siglos en el futuro.
La humanidad siguió su camino, una vez más, como lo había hecho siempre. Las culturas cambiaron y el hombre también cambió. Pasaron los años, las décadas, los siglos. Las ciudades se levantaron y se derrumbaron en innumerables y combinadas oportunidades. Los mares se alzaron y descendieron con igual cadencia aleatoria. Los bosques florecieron y se secaron. Los árboles fueron sepultados primero por hielo, luego por tierra, luego volvieron a florecer en otros árboles que ocuparon sus lugares. Fue el destino del bosque el fuego, y en su lugar una ciudad se alzó furiosa con sus torres color del fuego, erguidas hacia la negra cúpula de cambiantes estrellas y constelaciones que adornaban el cielo.
Cuatro siglos después el hombre calvo reinaba sobre la totalidad del mundo. Aún no era telepático, eso estaba aún por venir, ni dominaba todavía la tecnología para alcanzar las evidencias de otras inteligencias en la galaxia. Entonces, sin ningún aviso previo ni fenómeno fuera de lo extraordinario, un millón de hombres se desvanecieron en los abismos del tiempo, para aparecer exactamente una década después del primer suceso, o sea en las cercanías del año 2100. El desconcierto no pudo ser mayor. Los calvos se encontraron con sus antecesores, que no eran otros individuos nuevos, sino versiones de ellos mismos, y se produjeron encuentros de todo tipo. La sociedad humana, quisiera decir autóctona pero no es correcto, por lo que diré crónica, o contemporánea, a pesar de superar a los recién llegados esta vez en proporción de 5000 a 1, se vio sacudida en sus más profundos cimientos. No volvería jamás a ser la misma, pero creo presentir que esto es lo que ocurre siempre con el tiempo. La intrusión de los dos millones de hombres del futuro, fue más que nada imposible de disimular, y por eso, más que por las cantidades y los números, la amalgama resultante fue algo por completo novedoso. Grandes científicos, pensadores y estadistas surgieron de entre los recién llegados. Las lecciones aprendidas en los siguientes cuatro siglos se aplicaron sobre la marcha en esa nueva centuria de oro. Las sociedades humanas florecieron al mismo tiempo que las reservas naturales. El mundo entero respiró aliviado.
Pero casi cuatro siglos después, en el mismo año de 2490 de los dos sucesos anteriores, volvió a ocurrir, como siempre lo ha hecho, la anomalía. Esta vez transportó a otro millón de calvos hacia una década después del anterior fenómeno, o sea al principio del siglo 22. Los individuos eran los mismos. En la gran mayoría de los casos, ahora había tres réplicas de cada uno de ellos. Una fuerte cofradía se entabló entre ellos, olvidando las rencillas violentas de una década y un millón de individuos en el pasado. Un profundo dolor los unía, la frustración de nunca poder llegar al tan ansiado siglo 26. En su lugar, para los recién llegados, foco de los nuevos sistemas de pensamiento, era la tercera vez que se los trasladaba a un siglo lejano y precario; una centuria que para ellos no podía resultar menos que patética, atrasada y decadente. Se decidieron a actuar. El primer grupo, que llevaba dos décadas en esa línea de tiempo, se había encargado de conseguir acceso a tecnología y a logística corporativa. Así, para el tiempo de la tercera camada, ya estaban listos para tomar el control de mundo. Harían lo que fuera necesario para superar esta vez la anomalía del 2490, aunque esto significara tener que arrastrar consigo al planeta entero en una carrera evolutiva de cuatro siglos nunca antes vista en toda la historia de las especies.
En las cercanías del año 2120 llegó la cuarta camada. Venían de un mundo tecnológico extremo, pero evidenciaban el fracaso de superar a la anomalía. Los hombres del futuro se mostraron todavía cautelosos. Ocuparon de a poco cada sector influyente de la sociedad. La amenaza de un conflicto armado entre las partes era un murmullo constante, pero a pesar de esto nada ocurría, No es necesario que aclare que estos hombres vivían muchos más años porque sus cuerpos envejecían más lento. Era difícil para un humano crónico distinguir la edad de alguno de los recién llegados. Por otro lado, había cuatro millones de cuatrillizos calvos cabizbajos por el mundo; y eso ya de por sí daba para la confusión. Cuatro millones de humanos del futuro.
La quinta camada, del 2130, trajo un millón de individuos profundamente alterados. Acarreaban consigo delirantes historias sobre eventos desastrosos del futuro, cuyo epílogo era la anomalía esta vez liberadora.
Alguien hizo un cálculo que provocó el escándalo. Dado la nula tasa de muerte del hombre del futuro, su prole cada vez más numerosa, sesgada, y con rasgos culturales claramente definidos y diferenciados, y el ritmo de llegada de un millón cada diez años, no demoraría mucho en llegar el escenario en el que fueran más ellos que el resto. El cálculo era incierto y sus ignoradas consecuencias exageraron las apresuradas conclusiones. Pasarían miles de años antes de que algo así pudiera ocurrir. Pero la paranoia generalizada se hizo sentir. Se había divulgado la idea, que por otro lado era cierta, de que el millón de viajeros evolucionaba cada vez que se transportaba; o sea cada diez años. Los recién llegados habían vivido muchas más vidas que los que lo habían hecho los primeros. La experiencia de las diferentes variables del tiempo, cada una de cerca de cuatrocientos años de duración, los iba volviendo más óptimos para la tarea de pronosticar y corregir el curso de los acontecimientos. Cada diez años las variables se ajustaban y un nuevo posible futuro se configuraba, cada uno de ellos más avanzado tecnológicamente que el anterior. Con el tiempo, las ideas de una gran guerra contra el hombre crónico se volvieron irrelevantes. Los nuevos hombres eran tan avanzados tecnológicamente que cualquier posible competencia parecía absurda. Dispusieron del apoyo técnico para viajar a otras estrellas mucho antes de que una idea así fuera manejada. El hombre hizo lo propio consigo mismo y la creciente población acrónica pudo avanzar en paz hacia el final, que no era otro que alcanzar y superar el 2490.
Pero llegó un momento en el que el mundo entero, toda esa peculiar humanidad compuesta de seres fuera de tiempo y de tremendas disparidades intelectuales, se vio enferma de la obsesión de la anomalía. El planeta en su conjunto parecía respirar para ese año cada vez más cercano. Nadie pensaba en otra cosa que no fuera ello. Pero cada vez que se llegaba, ocurría lo mismo, el millón de calvos desaparecía hacia una fecha del cada vez más cercano pasado. En el año 2380, el arribo número 30 fue celebrado por la excéntrica población. Al fin y al cabo, esta generación, la número treinta, llevaba 7800 años viajando en el tiempo. Eran más que hombres, eran otra cosa. Si bien para un ser humano crónico el inexorable devenir hacia la anomalía estaba compuesto de días sobre días y nada más, para los viajantes era una eternidad de conciencia constante. Esta generación en particular, ya había llegado treinta veces hasta la anomalía, y otras tantas veces se había visto transportada al pasado. Sus individuos eran espíritus viejos y experimentados. Habían hecho el primer viaje desde el año 2490 al 2090, luego habían tenido que transitar hasta los cuatro siglos hasta el nuevo 2490, para trasladarse hasta el 2100, volvieron a transitar los 390 años hasta la anomalía, y así una y otra vez, hasta la tremenda cifra de treinta. Se calculó que el festejo no era exagerado, ya que en cien años, el arribo 40 no sería tan bienvenido. Para el viaje 41, en el 2490, nadie sabía qué podía ocurrir. Muchos pensaban que el ciclo volvería a comenzar. Otros pensaban que los hombres crónicos, que a pesar de los fatalistas aún serían amplia mayoría de no ser porque año a año se habían ido convirtiendo en esos calvos clarividentes ellos mismos, desaparecerían y sólo quedaría el millón primero. Se decía que el proceso se repetiría hasta que todos fueran calvos telépatas, momento en el cual, el último millón de crónicos sería enviado hacia el pasado, revirtiendo el orden de los acontecimientos. Se pronosticaba el fin de los tiempos, una instancia en la que la cuarta dimensión se volvería una de las menos relevantes. Un tiempo sin tiempo, un segmento de un instante, un punto ciego en la inmensidad del cosmos.
La nueva sociedad telépata decidió pocos años después el primer viaje de esta nave de la que te cuento esta historia. Se pensó que una nueva variable podía aportar algo novedoso. Al fin y al cabo la humanidad había gastado los últimos trecientos años en resolver una paradoja imposible y había descuidado los astros. Hacía mucho tiempo que se habían captado incuestionables señas de vida inteligente evolucionada en muchos otros rincones de la galaxia. Se había intentado en vano contactarlas, pero no ir hacía ellas. Una nueva esperanza se asomaba para la humanidad. ¿Podría existir la anomalía en otro lugar que no fuera la tierra? ¿Seguiría ocurriendo en torno a una estrella lejana, a cien años luz de distancia? ¿Se trataría de un fenómeno universal y por lo tanto ineludible? Si esto último llegara a certificarse, el hombre podría gastar sus últimos años intentando prepararse para el momento exacto.
Esta es la historia. La de la nave que regresó a la Tierra dos e innumerables veces. La que llegó con sus tres ocupantes telépatas a una frontera magnética en las cercanías a Orión. Allí sus mentes estaban saturadas del flujo de información de civilizaciones muy avanzadas del otro lado. La frontera magnética tenía fuente en un interminable cinturón metálico que se extendía a lo largo de la gigantesca nebulosa. Cuando la nave intentó pasar fue contactada por una mente bizarra. No era una máquina, no por lo menos en la forma que nosotros podemos entenderlo. Tampoco se trataba de un ser que hubiera sido engendrado por la naturaleza. Representaba un sistema de defensa viejo, instaurado durante los eones anteriores al momento en el que la raza que lo creó se volvió incorpórea y abandonó la dimensión de lo material. No pudieron leer sus pensamientos, pero se entabló un adecuado intercambio de información entre ellos. La mente les dijo lo que querían saber. En eras ya antiguas del universo, un grupo de razas guiaron varias partes de la creación. En algunos casos su intervención había sido directa y constante, en otros esporádica, y en algunos otros, y este era el ejemplo, una vez cada muchos millones de años y sólo bajo una profunda necesidad. Habían intervenido en el momento justo creando la anomalía, pero desde eso también habían transcurrido otros tantos eones. La mente bizarra les dejó saber lo que ocurría luego del año 2490, les mostró el mundo posible sin la anomalía. En el año 2491 los terrícolas descubrían su fatal destino en forma de colosal estrella negra, un astro de destrucción surgido de los confines helados del sistema solar, un gigantesco disco oscuro surcado de un resplandor sanguinolento, que se dirigía hacia el sol devorando y destruyendo todo a su paso. Ese era el fin de la humanidad, sin la anomalía.
—¿Nada se podía hacer? —preguntó el más descorazonado de los telépatas.
—¿No dio el tiempo para nada? —preguntó igual de angustiado el segundo.
—¿Nadie pudo escapar de la tragedia? —preguntó el tercero.
Y la mente, lapidaria respondió:
—Sólo un millón.
Y al instante los transportó hacia la tierra y hacia el año 2090. Esa es la nave que ha regresado a la tierra, esa fue la segunda ocasión. Ellos eran, o sería más correcto decir que lo serán, parte del primer millón. Aunque en realidad era el último, y también el único.
Esta es nuestra historia.