Alejo creía que los dioses no existían y que, con suerte, llegaría a viejo llevando una vida normal, sin demasiados sobresaltos. Pero estaba equivocado.
La madrugada del 31 de octubre acaba una canción y, por primera vez en mucho tiempo, se siente vivo. Cuando las últimas notas de la guitarra se pierden en el silencio de su habitación, una figura felina se le aparece para anunciarle que solo le queda un año de vida.
Alejo tendrá que dejar muchas cosas atrás para volver a sus raíces con un solo objetivo: cantar.