Jake está acabado. Su vida es una mierda pero da igual, no se queja. Así es el mundo, así ha sido y así será. Nada cambia, nadie puede cambiar nada, ¿verdad?
Ahí está, tirado en la discoteca y escuchando una música que no le pone. ¿Dónde queda el blues? Olvidado en otro tiempo que ya nadie recuerda. Jake fuma un poco de Efi, se consume entre los vapores de la droga buscando un paraíso artificial y lo único que encuentra son pesadillas, pesadillas que recoge en su implante neuronal y que luego vende a cabrones ricos y degenerados.
Le quedan unos pocos días de vida pero se encoge de hombros, tiene ganas de acabar y mandarlo todo a tomar por saco. Su vida, el mundo, las pesadillas… A la mierda con todo.
Un traje, corbata, sombrero y gafas de sol, nada más importa. Solo quiere que se acabe ya. Entonces entra ella, esa diosa de ébano que sacudirá las últimas horas que le quedan y le dará la razón: la vida es una estafa y todos somos esclavos de esos cabrones que están arriba.