Laura vive sola en el viejo piso de sus padres. Sobrevive con lo poco que tiene, pero tampoco necesita más. Además, gracias al cóctel de pastillas, el ser con cabeza blanca, sin rostro y extremidades demasiado delgadas que permanece quieto en la acera de enfrente, observándola, se ha transformado en un simple borrón. Ahora puede salir a la calle sin miedo a que le desgarre la piel o a que la haga gritar. Los gritos. Le encantan los gritos. Es capaz de doblegarte hasta los huesos con tal de hacerte gritar.
Todo cambia el día que su psiquiatra, el doctor Prieto, desaparece y, en su lugar, se encuentra con una mujer extraña que le cambia la medicación. El borrón de Mumu, como ella lo apodó de pequeña, empieza a aclararse y vuelven los miedos, las dudas. La realidad. Quieren que despierte, que se dé cuenta de que la vida que ha construido es una gran mentira, pero Laura solo quiere recuperar su dosis habitual de pastillas para volver a la seguridad de su casa y sus rutinas. Sobre todo, sus rutinas. Siempre le han dicho que está enferma, que su cabeza no funciona bien, pero ella no está loca y se lo demostrará a todos, incluidos a sus padres. Y a Mumu.