En 2005 Luis García Jambrina sorprendió al mundo editorial con un libro de narraciones en el que los muertos y los vivos convivían con plena naturalidad, sin caer en recursos góticos o exageradamente macabros. Gracias a ellos, a los muertos, podía resolverse el enigma de la autoría del Lazarillo de Tormes, o descubrir la mano que se escondía detrás de Cervantes para escribir el Quijote. Con el mismo placer por la escritura e idéntico sentido del humor, a aquellos nueve relatos de difuntos se han añadido quince años después otros diez, más un prólogo y un epílogo que son ejemplos de la dificultad de separar el plano real del estrictamente literario. Transparente y preciso, posmoderno, sorprendente y siempre claro, estos cuentos tienen siempre un acento transgresor.