El hombre más poderoso de Nueva Inglaterra me había contratado para descubrir qué le ocurría a su hijo. Los médicos decían que no era un coma, que se encontraba inmerso en un sueño profundo del que no despertaba.
El caso me interesaba. Yo también padecía de trastornos del sueño, aunque lo mío se debía a algo tan banal como estrés post traumático.
Cuando conocí a Zhora pensé que era una mujer fatal, una parapsicóloga que engañaba a ricos incautos con su atractivo y palabrería, y que la Tierra de los Sueños sólo era una invención del alucinado de Lovecraft.
Por supuesto, me equivocaba.
El Ankh Invertido sigue asesinando en macabros rituales, una secta que se remonta al Egipto dinástico y que llevan más de cinco mil años buscando un artefacto prohibido.
Y sé que están relacionados con mi cliente.
Pero lo que es peor: Aquel Con Un Millar de Nombres sigue mis pasos.