Pilar no puede viajar, ni comprarse ropa nueva, ni siquiera tomarse un respiro frente a la montaña de deudas familiares por liquidar. En esos días de la primavera de 1936, se limita a verter las penas cotidianas en su diario y a las frustrantes tareas del día a día.
Su única esperanza parece estar en ese empleo de secretaria de una sofisticada periodista a la que tendrá que acompañar en un viaje de trabajo a un balneario del Pirineo aragonés rodeado de demasiados secretos y que no le da demasiada buena espina.
En realidad, su destino es mucho más extraordinario: nada menos que el balneario selénico, ese prodigio cuyos promotores cuentan con convertir en el destino turístico más exclusivo.
Pero esa estancia inaugural poco tendrá de vacaciones. Al aburrimiento inicial del lugar se añadirá la inquietud: hay algo por allí además de los huéspedes y el servicio. Una presencia que nadie parece notar, pero que resulta cada vez más perturbadora y, también, más peligrosa.