Necesitaban la primera niña nacida en el primer minuto del primer día del primer año del siglo veintiuno. La necesitaban para la campaña que haría ganar millones a la más grande compañía de cosméticos de Escandinavia, y desde allí, a las cuentas bancarias del gigante comercial a la que pertenecía, y desde allí, a la cuenta suiza de un holding desconocido para el público que la controlaba, y desde allí, a una cuenta numerada, y desde allí, a nadie sabía dónde, ni siquiera los banqueros suizos. En un mundo donde hasta el más mínimo detalle de cada individuo esta registrado en los ordenadores, todo lo que sabían era su nombre