Los tratamientos de descarga de sueño venían a liberarnos de la tiranía de los ritmos circadianos. La publicidad vendía imágenes maravillosas: personas felices que podían dedicar las 24 horas del día a sus pasiones, a su familia y a sus amistades. Pero no decía nada del funcionamiento del sistema: para que una persona pueda no dormir, otra tiene que hacerlo por ella. Millones de soñadores en barrios obreros, conectados a máquinas, para que otras personas puedan subcontratar lo que hasta ahora era una función biológica.
Los padres de Gala duermen para otros. Su casa es un lugar opresivo, silencioso y oscuro. Y está dispuesta a cualquier cosa para dejar atrás sus pesadillas y despertar.