El movimiento splatterpunk surgió en la década de los ochenta como una reinvención malsana (¿aún más?) del género gótico. Sexo, crimen, horror, oscuridad…, pero cocinado con una rabia nunca antes vista. Aunque el splatterpunk no es exclusivo del mundo literario, es en él donde alcanzó su mayor reconocimiento; figuras como Poppy Z. Brite, Jack Ketchum o Clive Barker, llegaron a reinar sobre la ficción escrita con obras que mancharon nuestra imaginación para siempre con las sustancias más diversas, viscosas y prohibidas. Actualmente, el movimiento persiste en multitud de campos, quizá diluido en nuevos territorios, pero siempre reconocible. Siguiendo la senda de la mítica Gioventú cannibale (Einaudi editore – 1996), Gritos sucios pretende hacer lo que la antología italiana consiguió en su momento: traer de vuelta la irreverencia sanguinolenta del splatterpunk más furioso, el que se lee y mancha nuestra mente, obligándonos a pensar en cosas que no deseamos imaginar. O puede que sí.