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El palacio de la eternidad

El palacio de la eternidad
Shaw, Bob 1971
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A despecho de todos sus esfuerzos, Tavernor era incapaz de permanecer en el interior de su vivienda cuando el cielo se encolerizaba. La tensión nerviosa le había estado haciendo un nudo en el estómago durante toda la tarde y el trabajo de reparación en la turbina de la embarcación había ido creciendo en dificultades progresivamente, aunque el bien sabía que se debía simplemente a que su concentración estaba fallando. Finalmente, dejó de lado su soldador de pistola y apagó las luces sobre el banco de trabajo. Inmediatamente se produjo un alboroto nervioso entre los enjaulados seres de alas de cuero, en el lado opuesto de la larga habitación. Aquellas macizas criaturas parecidas a murciélagos se afectaban mucho y les disgustaba cualquier súbito cambio en la intensidad de la luz. Tavernor se aproximó a la jaula, acariciándola con las manos, sintiendo los alambres vibrar como cuerdas de arpa bajo sus dedos. Aproximó el rostro a la jaula, aspirando el aire fresco que producía el batir de las alas de aquellas criaturas, proyectando sus pensamientos hacia aquellos mamíferos chirriantes, de ojos plateados. «Tened calma, amiguitos. Todo va bien... Todo va bien...» El clamor existente en el interior de la jaula cesó al instante y las criaturas de alas de cuero volvieron a sus perchas, con las gotitas de mercurio de sus brillantes ojos mirándole con atisbos casi de inteligencia. «Eso está mejor», murmuró Tavernor, convencido de que las facultades telepáticas de aquellas criaturas habrían captado el sentimiento de su amistoso mensaje






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