A mediados del siglo XXI, la población mundial de la Tierra tiene aseguradas sus necesidades básicas. Incluso se han prohibido los robots para que los seres humanos tengan que trabajar mínimamente y tengan ocupadas algunas horas del día. La consecuencia de esta abundancia es una sociedad hedonista y perpetuamente aburrida, en la que cualquier cosa vale, con tal de salir de la monotonía. De esta forma, han prosperado los deportes más variopintos, los cursos de arte, el juego, el consumo de drogas, todas las formas de sexo existentes (y algunas nuevas) infinitas religiones que predican las más peregrinas cosmogonías, e innumerables actividades, a cual más pintoresca, para combatir el tedio.