Imbuidos por un soplo de esperanza al descubrir la existencia de supervivientes, Miguel Ángel Aznar y sus camaradas, siempre acompañados por la leal Amatifu, se dirigen con los dos platillos volantes a las ruinas de la ciudad muerta. Apenas son un puñado de cinco mil personas comparadas con el millón y medio de víctimas del artero ataque nuclear, pero les reciben con esperanza dado que están siendo hostigados por hordas de hombres vegetales similares a los que surgieran en la Tierra tras la contaminación radiactiva de la atmósfera provocada por los nahumitas